Octubre, Mes del Respeto a la Vida / October, Respect Life Month

Un mensaje del Cardenal Sean P. O’Malley Sobre Octubre: Mes del Respeto a la vida

Estimados amigos en Cristo: Uno de los deseos más profundos del corazón humano es descubrir nuestra identidad. A menudo, como sociedad y como individuos, nos identificamos según lo que hacemos. Basamos nuestro valor en lo productivos que somos en el trabajo o en la casa, y determinamos que nuestra vida es mejor o peor en base al grado de independencia o placer. Quizás incluso comencemos a pensar que si nuestra vida, o la de los demás, no “alcanza” ciertas expectativas es menos valiosa o menos digna de ser vivida. El Mes Respetemos la Vida es un buen momento para reflexionar sobre la verdad de quiénes somos. Nuestro valor no se basa en nuestras destrezas ni en nuestro nivel de productividad. Más bien, descubrimos nuestro valor cuando descubrimos nuestra verdadera identidad: el hecho permanente e inmutable de que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios y se nos llamó a compartir un destino eterno junto a él. Debido a esto, absolutamente nada puede disminuir la dignidad que Dios nos dio y, por lo tanto, nada puede disminuir el incalculable valor de nuestra vida. Otros quizás no respeten dicha dignidad, y quizás incluso intenten socavarla, pero al hacerlo se distancian del tierno abrazo de Dios. La dignidad humana es para siempre. Ya sea que la vida dure un breve momento o cien años, la vida es sin duda un regalo perfecto. A cada paso y en cada situación, existimos gracias al amor de Dios. Un hombre mayor cuya salud se deteriora rápidamente; una niña en el vientre de su madre con un diagnóstico que indica que quizás no viva mucho; un pequeño con síndrome de Down; una madre que enfrenta un cáncer terminal; quizás tengan muchos problemas y necesiten nuestra ayuda pero cada una de esas vidas merece vivir. Cuando veamos sufrir a los demás, acerquémonos para abrazarlos con amor y permitir que Dios obre a través de nosotros. Esto tal vez implique hacer una pausa para escuchar; o tal vez ofrecer servicios de relevo o preparar comidas para una familia que enfrenta una enfermedad grave. Tal vez implique simplemente estar presente y disponible. Y, por supuesto, siempre implica rezar, presentar sus necesidades ante el Padre y rogarle que obre en sus vidas. Sufrir, o ver a otra persona sufrir, es una de las experiencias más difíciles. El miedo a lo desconocido puede tentarnos a tomar el control de maneras que ofenden nuestra dignidad y pasan por alto el respeto que cada persona merece. Pero no estamos solos. Cristo sufrió más de lo que podemos imaginar y nuestro sufrimiento puede ser significativo cuando lo unimos al suyo. En especial cuando atravesamos situaciones difíciles, se nos invita a aferrarnos a la esperanza de la Resurrección. Dios está con nosotros a cada paso del camino, concediéndonos la gracia que necesitamos. En momentos de sufrimiento, tengamos la valentía de aceptar la ayuda que los demás sinceramente quieren darnos y de ofrecer la ayuda que los demás necesitan. Fuimos hechos para amar y ser amados; debemos depender de los demás y servir al prójimo con humildad, caminando juntos en momentos de sufrimiento. Nuestras relaciones deben ayudarnos a crecer en el amor perfecto. Aprendamos a olvidarnos de nuestras expectativas de perfección y al contrario, aprendamos más a vivir según las expectativas de Dios, quien no nos llama a ser eficientes o exitosos materialmente, sino a amar con abnegación. Nos invita a abrazar cada vida durante todo su tiempo, nuestra vida y la de quienes ha puesto en nuestro camino. Cada vida merece vivir.


 

A message from Cardinal Sean P. O’Malley Regarding October: Respect Life Month

My dear friends in Christ: One of the deepest desires of the human heart is to discover our identity. So often, as a society and as individuals, we identify ourselves by what we do. We base our worth on how productive we are at work or at home, and we determine our lives to be more or less good depending on the degree of independence or pleasure. We may even begin to believe that if our lives, or those of others, don’t “measure up” to a certain standard, they are somehow less valuable or less worth living. Respect Life Month is a fitting time to reflect on the truth of who we are. Our worth is based not on our skills or levels of productivity. Rather, we discover our worth when we discover our true identity found in the unchangeable, permanent fact that we are created in God’s image and likeness and called to an eternal destiny with him. Because of this, absolutely nothing can diminish our God-given dignity, and therefore, nothing can diminish the immeasurable worth of our lives. Others may fail to respect that dignity—may even try to undermine it—but in doing so, they only distance themselves from God’s loving embrace. Human dignity is forever. Whether it lasts for a brief moment or for a hundred years, each of our lives is a good and perfect gift. At every stage and in every circumstance, we are held in existence by God’s love. An elderly man whose health is quickly deteriorating; an unborn baby girl whose diagnosis indicates she may not live long; a little boy with Down syndrome; a mother facing terminal cancer— each may have great difficulties and need our assistance, but each of their lives is worth living. When we encounter the suffering of another, let us reach out and embrace them in love, allowing God to work through us. This might mean slowing down and taking the time to listen. It might mean providing respite care or preparing meals for a family facing serious illness. It might mean simply being present and available. And of course, it always means prayer–bringing their needs before the Father and asking him to work in their lives. Experiencing suffering—or watching another suffer—is one of the hardest human experiences. Fear of the unknown can lead us into the temptation of taking control in ways that offend our dignity and disregard the reverence due to each person. But we are not alone. Christ experienced suffering more deeply than we can comprehend, and our own suffering can be meaningful when we unite it with his. Especially in the midst of trials, we are invited to hold fast to the hope of the Resurrection. God is with us every step of the way, giving us the grace we need. In times of suffering, let us have the courage to accept help that others genuinely want to give, and give the help that others need. We were made to love and be loved; we are meant to depend on one another, serving each other in humility and walking together in times of suffering. Our relationships are meant to help us grow in perfect love. Let us learn to let go of our own standards of perfection and instead learn more deeply how to live according to God’s standards. He does not call us to perfect efficiency or material success; he calls us to self-sacrificial love. He invites us to embrace each life for as long as it is given—our own lives and the lives of those he has placed in our paths. Every life is worth living.

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