Acoger Al Hermano Es Acoger A Jesus / Welcoming A Person Is Welcoming Jesus

Acoger al hermano es

Acoger a Jesús

La primera lectura de este domingo nos cuenta la historia de una mujer que hizo sitio en su casa para acoger a un caminante. No se dice que la mujer supiese que era un profeta. Eliseo simplemente pasaba por allí. La mujer le ofrece lo que tiene: un cuarto para descansar y comida para reponer las fuerzas. La ley de la hospitalidad es una antigua en muchas culturas y también en la cultura hispana. Es un valor que no hay que perder sino cultivar y reforzar.

Las palabras de Jesús en el Evangelio nos dan la razón profunda por la que la hospitalidad se convierte, para el cristiano, en algo más que una norma o tradición. Jesús nos dice que recibir al que se acerca a nosotros, abrirle nuestra casa y nuestra amistad, es como recibirle a Él; esa es la clave. Jesús mismo es el que pasa por delante de nuestra puerta y nuestra vida. Jesús es quien nos llama y nos pide albergue.

En nuestro mundo, la hospitalidad se está perdiendo. Vemos a los otros, los desconocidos —que son la inmensa mayoría— como una amenaza a nuestra tranquilidad y nuestra paz. Los periódicos están llenos de noticias de asesinatos, robos y otras fechorías. La televisión nos trae imágenes alarmantes casi a diario. Todo contribuye a crear un ambiente en el que desconfiar del desconocido que se nos acerca es lo más natural. Valoramos mucho —quizá demasiado— nuestra seguridad, nuestra paz, nuestras cosas. Terminamos comprando alarmas y armas para protegernos, y poniendo vallas alrededor de nuestras casas. Las naciones hacen lo mismo; se refuerzan las fronteras y los ejércitos se arman hasta los dientes. No nos damos cuenta de que así no hacemos más que evidenciar nuestra propia inseguridad y, al final, provocar más violencia. De algún modo, nos parecemos a los animales que atacan porque tienen miedo.

Jesús nos invita a no vivir tan centrados en nosotros; a eso se refiere cuando dice que debemos “perder nuestra vida”. Jesús nos pide que dejemos de mirarnos a la punta de nuestra nariz, a nuestros problemas, y abramos la mano al vecino, aunque piense diferente o sea de otra raza, lengua o religión. Nos encontraremos con una persona, con problemas parecidos a los nuestros, y descubriremos que juntos podemos ser más felices que separados por barreras y con armas. Desde nuestra fe, sabemos que la persona que tenemos enfrente, por amenazador o diferente que parezca, es nuestro hermano; es Cristo mismo. ¿Le esperaremos con un arma en la mano?

Para la reflexión

¿Estoy abierto al diálogo y al encuentro con los demás? ¿Me siente amenazado por los que son diferentes de mí o piensan de otra manera? ¿Qué me dice Jesús en el Evangelio? ¿Qué actitudes tengo que cambiar para actuar como cristiano?


Welcoming a Person Is

Welcoming Jesus

The first reading of this Sunday tells the story of a woman who made room in her house to welcome a traveler. It is not said that the woman knew that he was a prophet. Elisha simply passed by The woman offers what she has: a room to rest and food to replenish his strength. The law of hospitality is an ancient one in many cultures and also in the Hispanic culture. It is a value that should not be lost but one to cultivate and strengthen.

The words of Jesus in the Gospel give us the profound reason why hospitality becomes, for the Christian, something more than just a norm or a tradition. Jesus tells us that receiving the one who comes to us, opening our home and providing our friendship, is like receiving Him; that is the key. Jesus himself is the one who passes before our door and our life. Jesus is the one who calls us and asks us for shelter.

In our world, hospitality is being lost. We see the others, the strangers— who are the vast majority—as a threat to our tranquility and to our peace. Newspapers are full of news of murders, robberies, and other wrongdoings. Television brings us disturbing images almost daily. Everything contributes to create an environment in which distrust of the stranger who approaches us seems the most natural thing to do. We greatly value—perhaps too much—our security, our peace, and our things. We end up buying alarms and weapons to protect ourselves, and putting fences around our homes. Nations do the same; the borders are reinforced and the armies are armed to the teeth. We do not realize that this way, we do nothing more than expose our own insecurity; and, in the end, provoke more violence. In some way, we resemble the animals that attack because they are afraid.

Jesus invites us not to live so self-centered; that is what it means when he says that we must “lose our life.” Jesus asks us to look beyond the tip of our nose, our problems, and extend a helping hand to our neighbor, even if he thinks differently or is from another race, speaks another language or practices a different religion. We will meet a person with problems similar to ours, and we will discover that together we can be happier than separated by barriers and weapons. From our faith, we know that the person we have in before us, however menacing or different that seems, is our brother; he is Christ himself. Will we wait for him with a gun in our hand.

For Reflection

Am I open to dialogue and to encounter others? Do I feel threatened by those who are different from me or think differently? What does Jesus tell me in the Gospel? What attitudes do I have to change to act as a Christian?

 

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