Ser Profeta

¿Qué es ser profeta? Es posible que nos imaginemos a personas que pueden predecir el futuro o hacer cosas extraordinarias. Algo así como los que leen las cartas del Tarot o anuncian el horóscopo; sin embargo, ser profeta de Dios es algo bien distinto y mucho más extraordinario que el hacer todos esos prodigios que parecemos a veces esperar de los profetas. Es más extraordinario, porque es más heroico. Profeta es quien anuncia la palabra y la voluntad de Dios. Es quien cuestiona, desafía, advierte de los errores. Es también quien trae el consuelo y la esperanza de Dios para el pueblo. En general, el profeta es una persona incómoda, porque no siempre lo que dice es bien recibido. Más bien, muy pocas veces es bien recibido. Lo vemos en las lecturas de hoy, en Ezequiel, en Pablo, en el propio Jesús. Profetas, al estilo de Ezequiel, de Pablo y de Jesús, los tenemos constantemente alrededor. Lo difícil es reconocerlos, aceptarlos y escucharlos. Son personas normales, que viven cerca de nosotros pero que, con sus palabras o acciones, nos traen, por un lado la bondad y la Buena Noticia de Dios, y por otro la luz de ver en qué cosas nuestra propia vida no se ajusta a esa bondad y Buena Nueva. Función de los profetas es anunciar y denunciar; y eso a menudo incomoda. Al traer la palabra y el mensaje de Dios a nuestras vidas, muchas veces los profetas nos hacen ver dónde están nuestros errores, grandes o pequeños. Los desvíos en que, sin casi darnos cuenta, hemos caído. También nos desafían a mayores cosas y, posiblemente a algo que, aunque sea muy pequeño, puede ser heroico para nosotros, porque nos obligaría a salir de nosotros mismos, de nuestra comodidad y rutina. Algo como ocuparse más de otro, algo como escuchar las preocupaciones de los demás y ponerlas por delante de las propias. Es verdad que Jesús estaba “fuera de sí”. En el sentido más literal de la palabra, el profeta tiene que estar “fuera de sí”, no loco, sino sabio con la sabiduría de Dios que pide vivir para los demás en lugar de para uno mismo. No es fácil. Tendemos, por la naturaleza humana, a pensar primero en los propios intereses y las propias necesidades. Los profetas, “fuera de sí”, invitan a sacar el centro de nosotros mismos y ponerlo primero en Dios y luego en los demás. No se trata de nada que no hayamos escuchado mil veces en los Diez Mandamientos: “Amarás al Señor tu Dios con toda tu alma y todas tus fuerzas, y al prójimo como a ti mismo”; sin embargo, llevarlo a cabo, es lo que resulta extraordinario y heroico, porque pide una consciencia diaria entregada a los demás, y porque exige mucho sacrificio propio. Al invitarnos a salir fuera de nosotros mismos, los profetas nos invitan al mismo tiempo a nuestra profunda identidad cristiana. Como bautizados somos profetas, sacerdotes y reyes. Casi nada. Nos llaman a lo extraordinario dentro de nuestras vidas, que nos pueden resultar “ordinarias”. Ser profeta, es decir, estar “fuera de sí” en la vida normal, tiene un precio. A algunos les parecerá que somos tontos, locos o sin sentido de la vida. A algunos profetas también los han perseguido. Es difícil, pero a todos los profetas se les ha prometido —y cumplido— algo muy especial. Es la palabra del Señor que estará siempre con ellos y pondrá las palabras adecuadas en su boca. No tengan miedo, les dice.

Para la reflexión
¿En qué momentos siento que se me pide mucho? ¿Pongo condiciones para hacerlo? ¿Qué me mueve? ¿Alguna vez me he sentido criticado por hacer lo que pensaba que debía hacer?

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